Discurso de graduación clase del 2019

Clase del 2019

Casi he olvidado mi sueño.
Pero entonces estaba allí,
delante de mí,
brillante como el sol,
mi sueño.

Los seres humanos estamos envueltos en una serie de ritos de paso que son importantes para dos procesos. El uno, para separar etapas que marcan nuestras vidas y, el segundo, como espacios de reflexión de los logros conseguidos.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Seguramente luego de haber celebrado muchos de estos ritos de paso, sociales y religiosos. Hoy estamos un poco más acostumbrados a días como este, el fin de una etapa. Pero también hay diferencias a remarcar, porque el logro universitario es como un escalón para la vida profesional, para la continuación de los estudios o para saciar esa necesidad personal del conocimiento y la educación como una herramienta para comprender de mejor forma cómo el mundo gira y vivimos cambiando en un mundo líquido.

Personalmente, lo que me parece más cautivador es el momento de reflexión ¿Cuánto nos costó llegar? ¿Qué barreras superamos? ¿Qué aprendimos más allá de la ciencia? ¿Cuál será mi retribución a la sociedad que apoyó mis estudios? Creo que desde aquí podemos encontrar otros valiosos saberes, que superarán por mucho a los conceptos, a los números y las fórmulas que llenaron cuadernos de cuadernos, que fueron el espacio diario de nuestra vida estudiantil. A que me refiero, pues a esos otros aprendizajes que a veces no están en los sílabos, pero que seguramente marcan la diferencia a la hora de presentarme como un ser humano ante la sociedad.

Hablo por ejemplo de la tolerancia, necesaria para convivir en la diferencia El haber aprendido que no hay verdades absolutas y que lo mejor de la ciencia es que todo puede ser diferente. El universo universitario nos llenó con diversas miradas sobre el objeto de estudio, las grandes agroindustrias hoy enfrentan las guerrillas de la agroecología, de la misma forma que el Goliat del turismo de masas se enfrenta al David del turismo alternativo. Gracias a fuerzas misteriosas aprendimos que la ciencia no estaba escrita en piedra y que siempre se puede pensar y trabajar por modelos más inclusivos, solidarios y sostenibles.

Pienso también en la solidaridad, esa que se construyó desde la fraternidad responsable, ese día de irresistible sol en el campo o de la larga caminata en un parque nacional. Ese mirar al otro como compañero de jornada de trabajo y no como competencia a quien destruir en el ánimo de lograr la supremacía del poder. Esta solidaridad que se reforzó en las aulas, con trabajos grupales, con equipos de estudio e investigación, esa es la semilla que germinará en ustedes para construir un país que afronte sus inequidades y emprenda en el gran reto de desaparecerlas. Ustedes son la generación que rendirá cuentas sobre los logros de los objetivos de desarrollo sostenible, ustedes son la esperanza para los que vienen caminando detrás suyo.

Siento que al final de esta etapa hemos construido nuestro respeto, ese que damos y ese que reclamamos para nosotros. En la justa medida de que quien respeta a otro, será quien puede demandar la misma o mayor dosis de respeto. A iniciado a configurarse por como tratamos a la tierra, al patrimonio natural y cultural, ahí descubrimos aristas de un respeto que había sido relegado solo a lo mundano. Continuamos con las relaciones entre pares académicos y entre alumnos y maestros, ahí en esa relación cotidianamente intensa de cada semestre, respetamos y exigimos respeto. En una construcción para nada fácil, pues las miserias humanas se envuelven en descalificación, abuso de poder, mentira y otros artilugios, para tratar de ganar respeto a fuerza de poder. Ese algo que no puede continuar en nuestras aulas y que estamos comprometidos a erradicar en pos de una convivencia armónica y duradera que trascienda este espacio.

Desde aquí podemos hablar de justicia, esa que debe ser la utopía para nuestra siembra, de nuestro sendero. Esa justicia que nunca satisface por completo, pues a la vuelta de la esquina del mundo aún existe mucha inequidad. Esa utopía que nos empuja a seguir caminando, mientras se aleja pues se renueva constantemente y nos presenta cada día diferentes retos. Justicia social que permita cerrar grandes brechas entre el negro y el blanco, entre lo rural y el urbano, entre ideologías absorbentes enfrascadas en el éxito individual, deslegitimando lo colectivo. Esas son las grandes metas que tenemos hoy.

Y justamente, para recordar que todo lo que sube tiene que bajar. Debemos llenar nuestros logros con una capa inmensa de humildad, de comprender que todo éxito es una millonésima de segundo en el universo y, que pasado el fugaz éxtasis, debemos construirnos otro momento de alegría y felicidad plena. Esto me trae a la mente un hermoso poema de un hombre que primero fue soldado, que luego desertó para conocer el encanto de Hemingway, para luego trabajar para el gobierno y, de ahí, dejarlo todo para trabajar en un hotel. En este trabajo conoció a quien lo llevaría a la fama por sus poemas y quien le ayudó a terminar luego de todo su viaje su carrera universitaria. Así es, para muchos el camino es un continuo azar. Él se llamó Langston Hughes y estas son sus palabras que quiero transmitirles hoy a ustedes:

Déjame que te diga algo, hijo:
La vida para mí no ha sido una escalera de cristal.
La escalera ha tenido tachuelas,
Y astillas,
Y tablones levantados,
Y lugares en los que no había ni alfombra-
Pelados.
Pero en ningún momento
He dejado de subirla,
Ni de alcanzar rellanos,
Ni de torcer recodos,
Y a veces, he avanzado en la oscuridad
Allí donde no había luz.
Así que, no te des por vencido, hijo.
No te quedes abajo
Porque descubras que es difícil el ascenso.
No decaigas ahora-
Ya ves, cariño, que yo aún sigo,
Yo todavía sigo subiendo,
Y la vida para mí no ha sido una escalera de cristal.

Seguimos mejorando, como personas, como seres humanos. Al final de la vida, es por nuestras acciones por las que rendiremos cuentas al mundo. Bienvenidos a esta cosecha, a este destino, que marca rumbo para algo aún mejor.

Gracias.

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